Seda
Todavía es de noche. No sé qué me ha despertado, tal vez algún ruido en la calle, tal vez el tacto cálido de tu cuerpo. Duermes. Me incorporo sobre un codo y aparto las sábanas, y durante un largo rato te contemplo, simplemente, empapándome en tus curvas embriagadoras. Eres Helena hecha carne, la mujer por la que miles de hombres irían a la guerra. Con el dorso de mi mano acaricio, apenas, tu brazo, y dejas escapar un suave suspiro. Recorro con los labios tu hombro hasta depositar un beso suave en la base de tu cuello. Despacio, silenciosamente, pego mi pecho a tu espalda y me siento arder. Paso mi brazo alrededor de tu cuerpo y acaricio tu tripa, distrayéndome en tu ombligo. Después recorro el contorno de tu pecho con los dedos, desde tu pájaro de fuego, bajando y volviendo a subir hacia el centro, y voy trazando tenues círculos, cada vez más pequeños, hasta acariciar tu pezón con la yema de un dedo, mientras sostengo tu pecho en mi mano extendida. Te echas hacia atrás, apretándote más contra mí, todo a lo largo. Vaya, parece que he interrumpido tu sueño, cuánto lo siento. Te giras y abres los ojos risueña, y me miras en la penumbra con una tímida sonrisa en tus labios. Me has despertado, dices, mientras te restriegas contra mí, y tu mano baja y me atrapa como tu cara inocente nunca haría pensar que atraparías a un hombre. Tu sonrisa se ensancha y tus ojos brillan. Amor no me mires así, yo no tengo la culpa, has sido tú solita. Con mi mano recorro el interior de tus muslos firmes, suaves, buscando mi ansiado tesoro. Estás muy caliente, amor, y muy mojada. Y sabes que nada me pone más que notarte así. Me inclino sobre tí. Te beso, me besas. Nos besamos. Nos devoramos. Algo me dice que esta noche no vamos a dormir mucho.
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